Dolores con fe. Uriel Francisco llega a la Basílica exhausto y con heridas que el polvo cura
Se le ve llegar de rodillas, agotado, como pidiendo clemencia. En su reverencia, el joven ingeniero va acompañado por su fiel amigo Gilberto, quien por momentos lo alienta a seguir su camino, aunque su mirada transmite compasión: “Ya estás cerca güey, mira…”, y le señala la “Puerta Santa”. Su compañero no es capaz de mirar […]
Se le ve llegar de rodillas, agotado, como pidiendo clemencia. En su reverencia, el joven ingeniero va acompañado por su fiel amigo Gilberto, quien por momentos lo alienta a seguir su camino, aunque su mirada transmite compasión: “Ya estás cerca güey, mira…”, y le señala la “Puerta Santa”. Su compañero no es capaz de mirar al frente. Uriel Francisco Pérez es originario de Zaragoza, suroeste de Veracruz. Sus 25 años de edad y la fe que conserva desde niño le permiten correr durante tres días los casi 400 kilómetros que lo separaban de la Basílica de Guadalupe. El objetivo: dar gracias a la Morenita por las bendiciones recibidas durante el año. Viste pantalón de mezclilla, huaraches, playera y sudadera blanca. Uriel arriba al recinto mariano por sexto año consecutivo y está feliz de hacerlo. Lo espera la misa de las 13:00 horas que se celebra desde el atrio guadalupano, albergando a cientos de personas que ya comienzan a llegar desde calzada de Guadalupe. “Uri”, como es llamado por sus amigos, es parte de un grupo de 80 peregrinos provenientes de esa región costera. Sin embargo, sólo siete de ellos decidieron llegar a pie a la Basílica. Él es último en cumplir su manda y presume el haberlo logrado. “Llevo seis años haciendo esto, ahora llegué al último porque tuve fiebre durante un mes, los médicos no sabían qué tenía; no me curaba y mi familia y yo le pedimos a María que me ayudara. Y aquí estoy”, recuerda. No obstante, su estado físico delata un malestar incontenible. Se apoya en Gilberto, quien viajó en autobús con el resto de los fieles, pero fue el único en esperar su llegada. Las llagas en la planta de sus pies abruman la mirada de quien lo observa; su mirada atónita emerge desde un dolor contenido; su ropa vieja y sucia es sólo un disfraz de sus raíces; su piel requemada denuncia un lacerante Sol que violentó su trayecto. Tras su llegada, Uriel se desfallece frente a decenas de personas que lo observan con admiración. Descansa por unos minutos. Sofocado, pero contento, decide hablar –con estertor, quizá provocado por la enfermedad de días anteriores– mientras recarga su espalda en el marco de una de las puertas de la Basílica. “Todos lo hacemos con mucho fervor y gracias a Dios nunca he tenido lesiones graves, sólo que se abra el pie o se te clave algo, pero es normal por correr descalzo en la carretera”. Ante estos embates del asfalto, su solución es simple: “Solita se cierra la herida, el polvo la cierra, no le ponemos nada, la fe compensa el dolor”. Uriel es el quinto de ocho hermanos, pero el único de la familia que peregrina hacia el templo mariano. Es de condición humilde y así se asume. Agradece a la Virgen María gozar de buena salud, pero también le pide un trabajo. Ingeniero de formación, busca una oportunidad que hasta ahora le ha negado el mercado laboral, por lo que decidió tomar el volante de un taxi en su tierra natal. “Actualmente estoy desempleado, pero gracias a Dios acabé la carrera, y a la intercesión de María también… Le pediría un trabajo estable. Acabé la carrera hace dos años pero manejo un taxi y con eso me sostengo y ayudo a mis papás. Ojalá pueda conseguir un empleo de lo que estudié; espero que el próximo año me lo conceda María”, platica. Uriel no es un guadalupano más, conoce la historia de la Morena del Tepeyac, sabe de su pasado colonial y entiende la evangelización de los pueblos prehispánicos. Empero, su fe es más grande. Él decidió hace seis años confiar en ella y se dice recompensado. Eso lo vuelve imbatible ante cualquier adversidad, es capaz de entenderse y entender toda la algarabía y espiritualidad de millones de personas en todo México. Quiere a la Guadalupana no por milagrosa, sino por mexicana. “Se trata de fe. Yo corro por amor y también estudié sobre el presunto mito de Guadalupe. Es una tradición que no pienso abandonar porque me ha fortalecido como persona, hijo y ser humano. Es parte también de los mexicanos y creo que no se trata de que ella nos cuide de todo, sino también de que nosotros cuidemos de ella”, sentenció. Uriel recrea cada año las postrimerías que enseña la Iglesia Católica a sus feligreses: muerte, infierno, juicio y gloria. Su calvario yace en el profundo amor a la Virgen María pero aterriza en el agudo intelecto. Su meta ya fue alcanzada y él respira la gloria. Ahora sólo le queda esperar a que la Morenita le conceda el favor de encontrar un trabajo.
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