Gustavo Cerati a 5 años sin la estrella de rock
Cinco años… parece mentira que ya haya pasado un lustro desde la muerte de Gustavo Cerati. Cinco años sin la esperanza de que despierte milagrosamente del largo sueño que inició en mayo de 2010, cuando sufrió el trágico accidente cerebrovascular después de un recital en la Universidad Simón Bolívar de Caracas, Venezuela.
Aquel sábado, apenas pasada la medianoche, en el camarín primero se sintió muy cansado, luego perdió el habla y un equipo de paramédicos lo trasladó al centro médico más cercano. Todo lo que siguió parece la peor pesadilla: dos días internado sin un diagnóstico certero, un ACV, una operación, el traslado a Argentina y el ingreso a la clínica ALCLA, donde estuvo casi cuatro años en coma.
Van cinco años pues, o en realidad poco más de nueve, sin su presencia vital y apasionada, sin poder verlo tocar y cantar en vivo, sin tener nuevas y siempre sorprendentes canciones suyas, todo a lo que nos había acostumbrado disfrutar desde que sacó el primer disco de Soda Stereo en 1984.
El panorama de la música popular en Argentina no es el mismo sin Gustavo. Se extraña su talento, su creatividad y su incansable búsqueda perfeccionista, cualidades que explican la magia atemporal de temas que acompañaron a tres generaciones de fans y que atravesaron tantos cambios tecnológicos y modas musicales, bebiendo de ellas con la misma naturalidad que del rock clásico de los años ’60 y ’70.
Primero pop y new-wave, luego dark y funk, Madchester y trip-hop, rock alternativo y electrónica, hasta incluso revisitar el viejo rock argentino. Todo servía como detonante o ingrediente clave para sorprender y cambiar de canal, manteniendo intacta y en vilo a la capacidad de asombro. Y encontró en Zeta y Charly Alberti los músicos, socios y compañeros perfectos para cumplir el ánimo de brillar y el sueño de ser el grupo más grande del país y de Latinoamérica.
Su muerte fue un duro impacto para todos. Porque aunque fuera improbable, nadie se había dado por vencido y era generalizado el deseo que despertara de su estado de coma. El último adiós fue en la Legislatura porteña, donde miles de fans se acercaron, algunos tras hacer quince cuadras de cola, amenizando la espera cantando sus canciones. Las radios pasaron sus temas, los noticieros lo evocaron y todos los medios le rindieron emotivos homenajes.
Los tributos artísticos no tardaron en llegar: U2 lo recordó en La Plata, Miguel Mateos en el Luna Park, Shakira le dedicó un tema, La Ley invitó a Zeta para hacer Crimen, Spinetta le escribió un poema y cantó canciones suyas en vivo, igual que Andrés Calamaro y Pedro Aznar. Varios compusieron material en su honor, desde Fito Páez y Charly García hasta Leandro Fresco, Adrián Barilari y Carajo. También hubo mega-eventos multitudinarios para evocar su talento, desde el festival Ciudad Emergente y un concierto sinfónico en el CCK hasta un Movistar Fri Music y un especial de La TV Pública.
En perspectiva, estos cinco años que pasaron desde el adiós pueden parecer pocos, pero en este mundo tan vertiginoso y acelerado parece una eternidad, una enormidad de tiempo donde se sufre no poder disfrutar de ediciones discográficas suyas ni las siempre antológicas actuaciones en vivo. También se extrañan sus reflexiones en reportajes, su humor agudo y sarcástico, su mirada curiosa, siempre atenta a lo nuevo. Por supuesto que se lo puede evocar y llenar vacíos escuchando los discos, buscando el calor de las imágenes de video y hasta leyendo un puñado de libros que permiten vislumbrar su carácter, aunque aún no haya ninguno que haga justicia a su gigantesca obra y su compleja personalidad. Porque no alcanza con hablar de su creatividad sin mencionar la obsesión milimétrica y una imparable capacidad de trabajo. Ni tampoco recordar su seriedad y nobleza sin apuntar anécdotas de un espíritu inquieto y dionisíaco, su intuición, su capacidad de seducción, sus inseguridades y sus convicciones artísticas, su fascinación por la tecnología y la valentía para encarar cosas imposibles desde Argentina, con tracción a sangre.
Gustavo Adrián Cerati siempre se arriesgó a dar volantazos musicales que nadie se animaba a dar y que resultan imposibles de imaginar en una banda o carrera solista de semejante envergadura. Una y otra vez, se esforzó hasta el extremo en tomar el desvío y huir de las zonas de confort, los clichés y las reiteraciones. Probó y degustó los placeres de grabar fuera de Soda Stereo con el innovador Colores santos y el encantador Amor amarillo, aunque también se sumergió en la modernidad de Plan V, Roken y Ocio, además de animarse a hacer la banda de sonido de la película + bien. Ya cien por ciento solista, fue épico y sofisticado con Bocanada, ambicioso y un poco criticado con 11 episodios sinfónicos, desmedido y algo incomprendido con Siempre es hoy, explosivo e inspirado con Ahí vamos.
No quiso volver a Soda hasta haber alcanzado el éxito masivo por las suyas y así estar tranquilo con su conciencia. Y cuando lo hizo, tras convocar a unas 200 mil personas a un recital gratuito en Figueroa Alcorta y Pampa, despertó a ese monstruo que volvió a causar admiración por su perfección, nuevamente rompiendo récords por todo el continente, marcando en la Argentina el histórico hito de llenar seis estadios de River en cuestión de meses, con el público siempre saltando con tanta fuerza y electricidad.
Como cantante y compositor, el mágico, maduro y magnífico Fuerza natural mostró que estaba en su mejor momento, aunque también fueron inspiradas sus interpretaciones fuera de su territorio natural, como bien reflejó el compilado póstumo Satélite Cerati, cantando con Bajofondo, Mercedes Sosa, Spinetta, Fabiana Cantilo y Lito Vitale. Esas colaboraciones coronaron una costumbre vital de grabar con amigos y animarse a desafíos nuevos, tal como hizo en los años ’80 y ’90 con Andrés Calamaro, Fricción, Daniel Melero, Charly García, Pedro Aznar, Los Brujos, Babasónicos y hasta Leda Valladares. Ya en el nuevo siglo, produjo a Shakira, cantó en vivo con Spinetta y Fito Páez, y grabó junto a Roger Waters, nada menos.