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Sábado 21 de Diciembre 2024

Virgen Panagia Portaitissa

Virgen Panagia Portaitissa
 

En la ciudad de México, en la catedral de la eparquía de rito greco-melquita católico, se conserva una copia fiel del sagrado icono que allí se venera con el título de Porta Coeli o Puerta del Cielo.


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Por: Roberto O’Farrill Corona

Es lastimoso ver a la Virgen María con una herida en su mejilla de la que mana sangre, una herida que nos contrista más todavía al contemplar su apacible y señorial aspecto en compañía de su Hijito. Así luce el icono de la Virgen Madre de Dios conocido como Nuestra Señora de Iver, por el monasterio en el que se localiza, y como Panagia Portaitissa, o Santa Guardiana de la Puerta, por el sitio preciso en el que se venera.

De grandes dimensiones, pues mide 137 por 87 centímetros, el icono presenta a la Virgen Madre de Dios ataviada con túnica azul y con omophorion rojo oscuro con bordes dorados y con tres estrellas, una en cada hombro y otra sobre su frente, recordando la Trinidad Santísima de Dios y la Virginidad Perpetua de su Madre. Ella mira al espectador mientras con su mano derecha le presenta a su divino Hijo, quien reposa sereno sobre su brazo izquierdo en tanto que ella parece desplegarle, con su mano izquierda, su manto de oro que simboliza divinidad. Jesús Niño, descalzo y ataviado con túnica blanca, sostiene el rollo de las Sagradas Escrituras con su manita izquierda y en la diestra une sus dedos anular y pulgar anunciando su gloriosa Resurrección al tercer día.

La herida abierta y sangrante de la mejilla derecha de la Virgen se relaciona íntimamente con su hallazgo y con su arribo al monasterio de Iver del Monte Athos, pues una antigua tradición de la iglesia ortodoxa refiere que durante la crisis iconoclasta bajo Teófilo como emperador de Bizancio, de la dinastía Frigia (829-842), las tropas bizantinas, que irrumpieron en cada casa de Nicea en busca de iconos para destruirlos, encontraron en la casa de una familia integrada por un mujer viuda y su hijo, de nombre Gabriel, este antiquísimo icono atribuido a la mano de San Lucas. En la furia destructora, uno de los oficiales soltó un golpe de espada a la imagen de la Virgen en la que, como si estuviese viva, se formó una herida de la que brotó sangre profusamente. En consecuencia, el mílite quedó tan impresionado que abandonó la herejía iconoclasta y, arrepentido, tomó los hábitos monacales luego de recomendar a la viuda que ocultara el milagroso icono para protegerlo de cualquier otra profanación. Ella, orando ante el icono recibió la revelación de arrojarlo al mar para que el cielo lo llevara a buen destino. En obediencia, ella vio que al momento de ser recibido por las aguas, el icono flotó de manera vertical mientras era llevado por la corriente marítima hacia el occidente.

Por su parte, Gabriel, el hijo de la viuda, tras ser testigo del prodigio ingresó a la vida religiosa en la ciudadela monástica del Monte Athos donde residió como monje el resto de su vida y donde compartió con los demás frailes la experiencia vivida en la casa de su madre, milagro que sobrecogió a todo el monasterio.

Al paso de los años, los monjes se inquietaron al ver, una tarde, un fuego que surgía de las aguas del mar cuestionándose qué lo que generaba. Gabriel recibió en sueños la respuesta cuando la Virgen María le reveló que se trataba de su icono rescatado años atrás, le indicó que enterara de ello al abad y a los demás monjes, y le ordenó que sin temor caminara por encima de las aguas para tomarlo en sus manos y llevarlo al monasterio, pues ella quería estar con ellos en este lugar.

En cuanto llegó el sagrado icono, los monjes lo colocaron en el retablo del altar mayor de la catedral del monasterio, pero al día siguiente el icono ya no estaba allí sino en el arco del portal de ingreso. Ellos volvieron a colocarlo sobre el altar de la catedral, pero al día siguiente el icono nuevamente estaba en el arco de la entrada, cosa que se repitió por varios días hasta que la Virgen le reveló a fray Gabriel: -No es mi deseo ser resguardada por ustedes, sino protegerlos a ustedes. Siempre que vean mi imagen en este monasterio, la gracia y misericordia de mi Hijo no les fallará.

En el siglo XVII, con el objeto de entronizar debidamente el sagrado icono de la Madre de Dios, se edificó una iglesia en el preciso lugar donde se encontraba el portón de acceso al monasterio, iglesia en la que se conserva hasta ahora.

En la ciudad de México, en la catedral de la eparquía de rito greco-melquita católico, se conserva una copia fiel del sagrado icono que allí se venera con el título de Porta Coeli o Puerta del Cielo.

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