Virgen de la Clemencia
La Virgen Madre de Dios luce hierática, estática y de fina compostura; está coronada y recubierta de piedras preciosas y de perlas.
Por: Roberto O’Farrill Corona
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El arte bizantino absorbe los cánones del arte antiguo tardío de Roma, que en sus expresiones artísticas se arrodilla ante Constantinopla entregando a la historia formas y rostros solemnes en la pintura. La basílica de Santa María in Trastevere custodia una huella de esta transición, que es el icono de la Virgen conocido como Madonna della Clemenza o Virgen de la Clemencia.
Escrito sobre un tablón de madera con la arcaica técnica de la encáustica, que utiliza a la cera como aglutinante y como capa protectora que le confiere a los pigmentos un brillo adicional, el Icono presenta a la Virgen María en un trono y sobre sus rodillas reposa sentado el Hijo de Dios.
El rostro y el aspecto de María recuerdan el porte de una soberana bizantina. Aquí, la pintura hereda el estilo del mosaico sin reelaborar excesivamente sus criterios figurativos; es una de las imágenes más preciosas del cristianismo, además de ser única en su género, por sus imponentes dimensiones de 164 por 116 centímetros.
La Virgen Madre de Dios luce hierática, estática y de fina compostura; está coronada y recubierta de piedras preciosas y de perlas.
Por su disposición, a primera vista parecería casi de pie, aunque en realidad está sentada, pues las rodillas están cerca de su pecho y sobre ellas con su mano izquierda sostiene al Niño Jesús, con la particularidad de encontrarse exactamente en la misma línea vertical que su Madre, quien de esta manera se convierte prácticamente en un trono para él; o sea, María está sentada en un trono y al mismo tiempo ella se hace trono para su Hijo.
El atuendo de la Virgen María es el de una reina, similar al ropaje de la emperatriz bizantina Teodora (esposa de Justiniano I), representada en los mosaicos de la iglesia de San Vital, en Rávena, Italia. En el icono, María luce como reina porque es la Madre del Rey del universo y es Reina del Cielo y de los ángeles.
El ropaje del niño Jesús es de tonalidad púrpura, al igual que el de su madre, color que simboliza autoridad regia; y los restos del oro, que alguna vez cubrió en este Icono el manto que él sostenía en su manita derecha, hace referencia a su divinidad. En la mano izquierda, Jesús sostiene las Sagradas Escrituras.
Detrás de la Virgen Madre de Dios, los arcángeles San Gabriel y San Miguel protegen con sus manos al divino Niño y a su Madre. Cuatro son, pues, los personajes que aparecen en el Icono, Jesús, de naturaleza divina y humana; María, de naturaleza humana; y los dos arcángeles, de naturaleza espiritual.
Los cuatro lucen nimbos de oro que simbolizan la irradiación de la luz divina, pues todos ellos viven en la intimidad de Dios.
La sagrada imagen de la Virgen de la Clemencia es considerada milagrosa por la multitud de favores y milagros que ha obtenido en beneficio de los fieles que por siglos la han procurado, como la sequía de tiempos inmemoriales a la que puso fin en atención a que el Icono fue llevado en solemne procesión por las calles de la Urbe implorando el milagro, y al término de la procesión, al volver a su basílica, sobre la ciudad de Roma cayó una gran tormenta.
La basílica de Santa María in trastevere se levanta, con su airosa torre campanario dotada de un gran reloj, sobre la plaza a la que le confiere su propio nombre, la piazza di Santa Maria in trastevere, que a su vez lleva el apelativo de trastevere, o detrás del Tévere, que en italiano se refiere al Tíber.
Es, pues, una zona localizada detrás del río Tíber, donde se ubica el barrio del mismo nombre, tan tradicional de Roma y tan abundante de ristorantes, trattorías y pizzerías.
Esta basílica, sostenida en sus tres naves interiores por columnas procedentes de las Termas de Marco Aurelio Antonio Caracalla, emperador romano de 198 a 217 d.C., es la primera basílica dedicada a la Virgen María en Roma y encuentra sus orígenes en la primera edificación del siglo III a cargo del papa Calixto I, cuyo pontificado abarcó del año 217 al 222, y reconstruida hacia 1140 por el papa Inocencio II, quien pontificó de 1130 a 1143.
Al interior, en el esplendoroso ábside de la basílica resplandece, en exquisitos mosaicos de Pietro Cavallini, la Virgen María en el cielo, abrazada y coronada por Jesucristo, quien sostiene el libro del Cantar de los cantares.
En el inferior del ábside se ilustran, también en bellísimos mosaicos, los sucesos más relevantes en la vida de la santa Madre de Dios.