Reconciliación
La Sagrada Escritura también nos entrega una eficaz oración que nos postra ante Dios con el objeto de reconciliación con Él así como con el prójimo: “Ayúdanos Dios salvador nuestro, por amor de la gloria de tu nombre; líbranos, borra nuestros pecados por respeto a tu nombre (Sal 79,9)”.
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Roberto O’Farrill Corona
Así como el perdón es la única solución para poner fin al rencor, así la reconciliación es el signo visible de que el perdón ha sido efectivo y el rencor ha quedado subsanado.
Al cabo de años de padecer rencores, es posible llegar a reconocer la necesidad de perdonar, pero así como en diversas ocasiones quien lo padece acaba por reconocer que sí quiere perdonar pero no puede lograrlo; así también se puede lograr perdonar la ofensa aunque se evita cualquier forma de reconciliación con el ofensor.
La enseñanza cristiana hacia la reconciliación es estricta; y no puede ser superada por una incapacidad personal para perdonar, pues así como Jesús habló de la conversión del corazón en el Sermón de la Montaña diciendo “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7) así también fue radical al manifestar: “Si al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda (Mt 5,23-24). Jesús insistió, incluso, en amar a los enemigos y orar por los perseguidores (Cfr Mt 5,44). En efecto, la oración cristiana llega hasta el perdón de los enemigos porque Jesús desea transfigurar a los suyos con él mismo. El perdón viene a ser la cumbre de la oración porque el don de la oración no puede recibirse si no es en un corazón acorde con la compasión divina. Además, el perdón da testimonio de que, en nuestro mundo, el amor es más fuerte que el pecado, como sucede con los mártires que, en su martirio, dan este testimonio de Jesús. Así, el perdón es la condición fundamental de la reconciliación con Dios y de los hombres entre sí mismos.
A diferencia del olvido, que es un accidente de la memoria, el perdón es el resultado de haber reconstruido la ofensa desde otra perspectiva, sin negar la tristeza o el dolor que se haya sufrido y sin suponer que el perdón anula la justicia.
Como perdonar no es cosa fácil, la reconciliación a veces parece imposible, aunque no lo es, pues requiere de un proceso personal hasta que se logre restablecer la comunicación entre el ofensor y el ofendido a fin de establecer un nuevo puente entre ambos, pero no puede haber reconciliación sin un proceso de perdón que permita superar la circunstancia dolorosa de la ofensa recibida. El proceso de la reconciliación es comparable con un proceso orgánico de desintoxicación o de desinfección consigo mismo movido por una elección personal.
Tanto el perdón, como la reconciliación, permiten modificar el impulso natural, de tipo animal, ligado a la personalidad humana, en un sentimiento del orden anímico y espiritual que transforma la revancha en compasión porque la reconciliación modifica la perspectiva de la ofensa y garantiza la verdad, la reparación y la bondad, como expresa santa Teresa del Niño Jesús al afirmar que ha de amarse “sin medida”, sin poner límites, pues el rencor establece límites a la capacidad de amar e impide gravemente alcanzar la reconciliación.
La Sagrada Escritura es abundante en la enseñanza de la reconciliación, tanto con Dios como con el prójimo: “Si tu hermano peca contra ti, ve a solas con él y hazle ver su falta. Si te hace caso, habrás ganado a tu hermano” (Mt 18,14); “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y envió a su Hijo para que fuera ofrecido como sacrificio por el perdón de nuestros pecados” (Jn 4,10); “Sean amables entre ustedes, compasivos, perdonándose mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo” (Ef 4,32); “De modo que se toleren unos a otros y se perdonen si alguno tiene queja contra otro. Así como el Señor los perdonó, perdonen también ustedes” (Col 3,13); “Busquen la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Hb 12,14); “En Cristo, Dios estaba reconciliando al mundo consigo mismo, no tomándole en cuenta sus pecados y encargándonos a nosotros el mensaje de la reconciliación” (2 Co 5,19) y “Porque si, cuando éramos enemigos de Dios, fuimos reconciliados con él mediante la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, habiendo sido reconciliados, seremos salvados por su vida!” (Rm 5,10).
La Sagrada Escritura también nos entrega una eficaz oración que nos postra ante Dios con el objeto de reconciliación con Él así como con el prójimo: “Ayúdanos Dios salvador nuestro, por amor de la gloria de tu nombre; líbranos, borra nuestros pecados por respeto a tu nombre (Sal 79,9)”.