No es lo mismo
os aventones para ganar la bocina que es contra los rayos UV o la televisión 16K de 55 pulgadas, o las hurracarranas para ganar una crema que ayuda a crecer la barba -ya no uso barba, pero que tal si algún día me decido a dejármela- y todas esas cosas que son propias de la selva de asfalto.
El Pico del Pollo |
Por: Alfredo Albíter Sánchez
Neta que no lo es. Ya sé que el “bicho” ese del Covid-19 está bien cañón y nada más espera que nos descuidemos para posar sus patitas en nosotros y hacerla de tos, entre otras cosas, pero en serio y sin escalas no es lo mismo comprar en internet este larguísimo Buen Fin, a como lo hacíamos antes de que a un chino se le ocurriera “zamparse” un “murciégalo” y después andar regando sus “bichos” por todo el planeta…
Ahora sí ya calienta, y mira que no pretendo ponerme profundo con el número de positivos y decesos, -porque entonces sí empezaría la mentadera de madres-, bueno, por lo menos hoy no lo haré. El chiste es que en la comodidad de un escritorio entré a sitios en donde se anuncian “con motivo de El Buen Fin”, tenemos descuentos hasta del 70 por ciento y envío gratis, en la República Mexicana -en Estados Unidos no y menos si votaste por Donald “Trum”-, pero hasta Toluca, sí como no, con mucho gusto…
No pasaron más de 35 minutos y mi carrito ya estaba hasta la cresta de pollo –de todo como en botica- y eso nada más lo esencial. Una bocina, otra televisión, suéteres para la temporada de frío, tazas para la misma época, 3 frazadas, porque la temperatura baja cañón y hay que tener una en la sala, otra en el comedor, una más en la sala de tv, una en la cocina y una en el garaje, -no vaya siendo- sin olvidar, por supuesto, la itinerante, esa que va de recámara en recámara y de casa en casa. Otra bocina para el garaje, no vaya siendo otra vez. Ropa de invierno, de verano, de primavera y otoño, por aquello de no poder salir, más ropa para hacer trabajos en casa, y por si ya tengo que ir a la oficina y por si no.
En fin, sólo lo indispensable. Pero a pesar de todo lo que llevaba en el carrito mi alma de pollo seguía como que en pena, así como con depresión o angustia, pero con un hoyito. Ya con el teléfono para hablar con mi terapeuta y que me diera alguna medicina para ese trastorno -pensé, debe ser un nuevo síntoma del coronavirus- me regresaron a este mundo con delicadas palabras de aliento. “Deja de estar inventando y molestando a la terapeuta, no es nada”. Como niño regañado y además reprobado, me fui a sentar a una esquina deseando que si fuera un nuevo síntoma nada más para restregarlo en la cara a quien me sacó de mi nirvana personal.
Y pues no, el motivo de mi depresión y estrés -chiale que loco- fue la añoranza a los apretujones, a las encarnizadas peleas por el pantalón que no necesito, pero tampoco se lo dejo a nadie. Los aventones para ganar la bocina que es contra los rayos UV o la televisión 16K de 55 pulgadas, o las hurracarranas para ganar una crema que ayuda a crecer la barba -ya no uso barba, pero que tal si algún día me decido a dejármela- y todas esas cosas que son propias de la selva de asfalto. En serio, no es lo mismo Por hoy, cierro pico. Shalom.
Mi correo es: alfredo.albiter@capitalmedia.