“Milagro en Caná”
Un solo Dios en cuatro personas, tres divinas y una humana: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y cada uno de nosotros mismos.
Por: Roberto O’Farrill Corona
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El primer milagro obrado por Jesús, referido en el evangelio de san Juan, consistió en transformar el agua en vino, un milagro que resultó a pedido de su madre, la Virgen María, como si ella le indicase así a su hijo el momento de su manifestación pública como el Mesías esperado por siglos. Se trata de una de las tres epifanías, o amplias manifestaciones del Señor, además de la Adoración de los magos y el Bautismo de Jesús.
El milagro es narrado por el evangelista san Juan con estas palabras: “Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos. Y, como faltara vino, porque se había acabado el vino de la boda, le dice a Jesús su madre: «No tienen vino.» Jesús le responde: «¿Qué tengo yo contigo, mujer? Todavía no ha llegado mi hora.» Dice su madre a los sirvientes: «Hagan lo que él les diga.» Había allí seis tinajas de piedra, puestas para las purificaciones de los judíos, de dos o tres medidas cada una. Les dice Jesús: «Llenen las tinajas de agua.» Y las llenaron hasta arriba. «Sáquenlo ahora, les dice, y llévenlo al maestresala.» Ellos lo llevaron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, como ignoraba de dónde era (los sirvientes, los que habían sacado el agua, sí que lo sabían), llama el maestresala al novio y le dice: «Todos sirven primero el vino bueno y cuando ya están bebidos, el inferior. Pero tú has guardado el vino bueno hasta ahora.» Así, en Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales. Y manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos” (Jn 2, 1-11).
En la expresión de María “Hagan lo que él les diga” encontramos la indicación precisa de lo que hemos de hacer en nuestra relación con Jesús y en la vivencia de nuestra Fe, palabras que se asemejan en mucho a la teofanía ocurrida durante la Transfiguración del Señor en el monte cuando Dios afirma: “Este es mi Hijo amado, escúchenle” (Cfr Mc 9,2-8).
En su obra Historia de Cristo, Giovanni Papini asegura que el milagro en las Bodas de Caná fue “una verdadera transmutación obtenida con el poder que Dios tiene sobre la materia, y, al mismo tiempo, una de aquellas parábolas representadas, en vez de referidas, por medio de acontecimientos verdaderos. Para quien no se detiene en lo literal de la narración, el agua convertida en vino es otra figuración de la época nueva, que comienza con el Evangelio. Antes del Anuncio, la vigilia; en el desierto, el agua bastaba; el mundo estaba como abandonado y doliente. Pero ha venido la Buena Nueva: el Reino está próximo; la felicidad, cercana. De la tristeza se está a punto de entrar en la alegría; de la viudez de la antigua Ley se pasa a las nuevas nupcias con la Ley nueva. El Esposo está con nosotros; no es hora del desfallecimiento, sino de alborozo. ¿Recuerdan las palabras del director del banquete al esposo?: -Todos empiezan por poner en la mesa el vino bueno; luego, cuando la gente comienza a embriagarse, ponen el menos bueno; pero tú has reservado el bueno hasta el último momento. Tal era el uso antiguo, el uso de los viejos hebreos y de los paganos. Pero Jesús quiere trastocar también esta vieja costumbre anfitriónica. Los viejos daban primero lo bueno, y luego lo malo; y él, después de lo bueno da lo mejor. El vino agrio e inmaduro que se bebe al principio de la comida, es el vino de la antigua Ley, vino agrio y áspero, difícil de beber. El vino que lleva Jesús, más exquisito y generoso, que alegra el corazón y calienta la sangre, es el vino nuevo del Reino, el vino destinado a las bodas del cielo con la tierra”.
¿Qué hemos de hacer nosotros con Jesús? Principalmente dos cosas: una, escucharle; y otra, hacer lo que él nos dice. Pero, ¿cómo habríamos de hacer la voluntad de Dios si no lo escuchamos primero? y ¿de qué nos valdría escucharlo si luego no hacemos lo que él nos dice que hagamos? Me gusta pensar que a la verdad de la Santísima Trinidad, que expresa la realidad de un único Dios en tres personas, pudiésemos agregarle una cuarta persona, que es humana, y que soy yo, en quien Dios vive, se manifiesta y quiere realizar su plan divino. Un solo Dios en cuatro personas, tres divinas y una humana: el Padre, el Hijo, el Espíritu Santo y cada uno de nosotros mismos.