Iturbide, el denostado Libertador de México
En su proyecto, Iturbide vio que México, más que independizarse de la monarquía española, necesitaba constituir una nueva corona que le otorgara fuerza, a la par de las naciones europeas, por encima de los Estados Unidos, y por ello, en mayo de 1822 fue proclamado emperador, y coronado como Agustín I.
Roberto O’Farrill Corona
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Pesa sobre México la culpa de la denostación de su Libertador, Agustín de Iturbide, calumniado para ensuciar su amor por la patria a la que le obsequió su independencia. Además de sufrir la calumnia, el auténtico Padre de la Patria, fue víctima de la traición y muerte por los propios mexicanos que le quitaron la vida.
La nación mexicana no es la única que carga sobre su historia el peso de esta culpa; también Francia traicionó y calumnió a su Libertadora, Juana de Arco, entregándola a los ingleses que le arrancaron la vida en una hoguera tras calumniarla de herética y satánica para enlodar, además de su amor por Francia, su amor a Dios.
Agustín de Iturbide nació en Valladolid (Morelia), el 27 de septiembre de 1783. Ingresó al seminario diocesano y luego prefirió servir en el ejército realista, que combatía a los insurgentes, del que fue nombrado comandante para combatir a Vicente Guerrero, jefe de los rebeldes del Sur, con quien prefirió pactar proclamando el Plan de Iguala en febrero de 1821. En agosto logró la firma de los Tratados de Córdoba con el último virrey de Nueva España, Juan O’Donohue, y consumó la independencia de México el 27 de septiembre de 1821. En su proyecto, Iturbide vio que México, más que independizarse de la monarquía española, necesitaba constituir una nueva corona que le otorgara fuerza, a la par de las naciones europeas, por encima de los Estados Unidos, y por ello, en mayo de 1822 fue proclamado emperador, y coronado como Agustín I. En marzo de 1823, los liberales masónicos lo obligaron a abdicar y tuvo que exiliarse en Italia. En su ausencia, el Congreso Mexicano, previamente reinstalado por él mismo, lo declaró traidor al Estado. Iturbide, sin conocer tal acusación, regresó a México en julio de 1824 para advertir de una conspiración de reconquista. Al desembarcar en Tamaulipas fue arrestado y fusilado en el pueblo de Padilla. En 1838, sus restos mortales se trasladaron a la ciudad de México y se colocaron con honores en la Capilla de San Felipe de Jesús de la Catedral Primada, donde se conservan hasta ahora.
Juana de Arco era niña cuando Enrique V de Inglaterra reclamó la corona francesa de Carlos VI mientras los borgoñones, traidores aliados de los ingleses, se apoderaban de las ciudades francesas con el consentimiento del heredero, Carlos VII. A los 14 años, Juana tuvo su primera experiencia mística cuando el arcángel san Miguel, santa Catalina de Alejandría y santa Margarita de Antioquía, le revelaron que ella rescataría la soberanía de Francia. Dos años después, en mayo de 1428, las voces le dijeron que se presentara ante el comandante del ejército, cuando los ingleses atacaban Orleáns, el último reducto de la resistencia. El comandante la envió con Carlos VII, con quien se entrevistó el 9 de marzo de 1429 para luego dirigirse a Orleans, el 27 de abril, y liberarla del sitio el 8 de mayo. El 17 de julio, llevó a Carlos VII a Reims para ser coronado mientras ella permanecía de pie junto a él, con armadura y con su estandarte con los nombres bordados de Jesús y de María. Luego se lanzó a recuperar París, pero fracasó por la ausencia del monarca y porque resultó herida. Tras recuperarse, el 23 de mayo de 1430, presentó batalla en la plaza de Compiegne, que resistía a los borgoñones. Allí cayó prisionera, el rey Carlos VII la abandonó, los ingleses “la compraron” por el equivalente a medio millón de pesos y la encerraron en el castillo de Rouen, primero en una jaula de hierro y luego encadenada al muro de su celda. En febrero de 1431 compareció ante un tribunal que tras interrogarla en 15 sesiones determinó, en contubernio con la universidad de París, que el origen de sus locuciones era diabólico, pero como ella confirmó que las voces procedían del cielo fue entregada a la justicia secular, como hereje renegada, el 29 de mayo de 1431 y al día siguiente, a las ocho de la mañana, fue llevada a la plaza de Rouen para morir quemada en la hoguera, Al abrazarla el fuego, ella pronunció el nombre de Jesús varias veces. Sus cenizas fueron arrojadas al río Sena. Santa Juana de Arco tenía 19 años de edad.
Francia lavó su culpa en 1803 cuando Napoleón Bonaparte proclamó a Juana de Arco Símbolo Nacional de Francia. Su escultura ecuestre preside, junto a la del rey de Francia, san Luis IX, el ingreso a la basílica del Sagrado Corazón, de París.
Con respecto a México, la deuda con Iturbide, su Libertador, sigue pendiente…