¿Y cuándo se nos volvieron delincuentes?
OPINIÓN / LA COYUNTURA/Vladimir Galeana En México las ambiciones del poder han generado muchos problemas a lo largo de nuestra historia. Ahí están los episodios en los que su operación se cimentó en los excesos y, en algunas ocasiones, en el derramamiento de sangre. Hay que reconocer que desde la Reforma Política instaurada por José López Portillo […]
En México las ambiciones del poder han generado muchos problemas a lo largo de nuestra historia. Ahí están los episodios en los que su operación se cimentó en los excesos y, en algunas ocasiones, en el derramamiento de sangre. Hay que reconocer que desde la Reforma Política instaurada por José López Portillo en 1977, se dio base a la participación abierta de quienes durante muchos años se mantuvieron en el clandestinaje. El país comenzó a cambiar y las libertades se ensancharon, sobre todo en materia política.
El problema para los mexicanos es que ese ensanchamiento de las libertades para muchos se convirtió en la permisibilidad para ejercer el poder de forma unipersonal, y con sujeción solamente en la buena voluntad de los pudientes funcionarios de alto nivel. México dejó de ser el país de las decisiones verticales, pero nunca se nos ocurrió que habríamos de colocar diques a los excesos y seguimos haciendo leyes que nunca sirvieron para contener las ansias de riqueza de la alta burocracia.
La democratización del ejercicio político se convirtió en un caos a causa de la carencia de leyes reglamentarias, y cada quien interpretaba la norma de acuerdo a sus muy particulares intereses y a su conveniencia. La corrupción que generaba ““comaladas de ricos” cada seis años, comenzó a construir fortunas incalculables y pandillas de saqueadores que conocían muy bien la forma de promover leyes que les permitieran mantener la discrecionalidad en las decisiones de gobierno.
México entró en el caos bien organizado. Y aunque parezca una contradicción, esa circunstancia pasó a formar parte del sistema. Las decisiones se orientaban hacia la conveniencia de los grupos de poder, y las prebendas se colocaban entre los integrantes de los grupos de presión. El sistema funcionó de manera eficiente hasta que los excesos, como siempre, dieron al traste al gobierno y al negocio. Los hombres y mujeres cambiaron la eficiencia por el cinismo, y la vocación de servicio por la ambición y el dinero.
Hoy, por desgracia, tenemos la lista más grande de corruptos que pudiéramos haber imaginado en una pesadilla. Los políticos se volvieron delincuentes y los delincuentes comunes alcanzaron altos cargos porque alguien necesitaba que ellos, expertos en el robo y el hurto, hicieran el trabajo sucio. Al cabo del tiempo los políticos se volvieron expertos en el trabajo sucio, y después se hicieron cínicos.
Ya no les importó que los mexicanos nos diéramos cuenta que eran delincuentes, porque antes que pensar en el bienestar de los mexicanos, pensaban en la forma de saquear al país. Después, poco les importó el castigo porque perdieron la dimensión de lo que estaban haciendo y pensaron que merecían lo que impunemente robaron. El ejercicio político está podrido, y nuestros políticos se volvieron delincuentes. ¿Qué sigue? Seguramente el caos. Al tiempo.
BPG