#OpiniónCapital Por qué Meade no puede ser el Colosio de Peña Nieto
Meade carece del talento político que tenían Colosio y Ruiz Massieu, no es capaz de asumir una autonomía relativa del grupo de poder peñista y desconoce lo que es una transición democrática mayor
En septiembre de 2017, en mi libro La Silla Endiablada. Peña Nieto y la sucesión presidencial de 2018: salvar su alma o salvar la república, señalé la hipótesis de que un candidato peñista sólo tenía la posibilidad de ganar si se presentaba como un candidato tipo Luis Donaldo Colosio 1994 y su ruptura con Salinas de Gortari con el discurso del 6 de marzo.
En estos días algunos analistas han comenzado a analizar esta propuesta como único camino de José Antonio Meade Kuribreña para fijar su propia agenda: un posicionamiento radical tipo Colosio. Sin embargo, Meade está bastante lejos del perfil y la circunstancia de Colosio porque fue seleccionado candidato presidencial del PRI sólo para salvar el alma del presidente Peña Nieto para garantizar la continuidad del neoliberalismo.
El discurso de Colosio el 6 de marzo no fue de asunción de espacios de autonomía pactada con el presidente Salinas, sino que representó una ruptura de funciones asignadas en la candidatura: Salinas construyó la candidatura de Colosio para ser el garante de las tres condiciones de sucesión –de grupo, personal y de proyecto–, a diferencia de Manuel Camacho Solís que había diseñado una propuesta de reforma política sacrificando parte de la condicionalidad del proyecto neoliberal.
A la par de asumir los compromisos con Salinas, Colosio por su parte fue armando a su vez alianzas para su propio proyecto: en 1993 Colosio sabía de la continuidad del neoliberalismo, pero al mismo tiempo había percibido en el PRI la necesidad de una apertura política. El alzamiento zapatista introdujo con mayor intensidad la variable política. De noviembre a marzo, Colosio se percató de que la economía estaba garantizada, pero que se necesitaban dos propuestas adicionales: la reforma democrática y menor sacrificio social del neoliberalismo. Estas dos razones lo hicieron buscar personalmente a Cuauhtémoc Cárdenas y operar a veces con malos humores un acercamiento a Camacho Solís, al tiempo que utilizó a algunos comunicadores como canales de relaciones no salinistas.
El discurso del 6 de marzo fue entendido en Los Pinos como necesario para evitar que los negativos de Salinas afectaran a Colosio, pero irritó el tono, el efecto de ruptura con Salinas y el acuerdo secreto de Colosio con Camacho para designarlo secretario de Gobernación con la tarea de instrumentar la reforma democrática. Salinas vio peligrar el modelo neoliberal y de ahí sus enojos con Colosio. El asesinato de Colosio permitió a Salinas corregir los desvíos de Colosio; Zedillo era la garantía de continuidad neoliberal y de alejamiento de Camacho.
Pero Zedillo, como Colosio, se percató, después de las elecciones, de la necesidad de distensionar la política. Días antes de su asesinato, José Francisco Ruiz Massieu –diputado y operador de Zedillo– hizo una encuesta personal y directa con una sola pregunta: ¿dónde se podría instrumentar una transición democrática: liderazgo de Cámara de Diputados o Gobernación? Ruiz Massieu tenía ya el aval de Zedillo para la transición que quería Colosio, pero en septiembre también fue asesinado.
Meade carece del talento político que tenían Colosio y Ruiz Massieu, no es capaz de asumir una autonomía relativa del grupo de poder peñista y desconoce lo que es una transición democrática mayor. Es posible que pueda pensar en una reforma política después de tomar posesión, pero necesitaría proponerla para ganar las elecciones. Además, las banderas colosistas las tienen López Obrador y Anaya.
Política para dummies: La política sólo debe medir posibilidades reales, no salidas ilusorias.
Carlos Ramírez/@carlosramirezh
*Esta opinión no refleja necesariamente la de este sitio informativo
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