Los resbalones de Barrales
OPINIÓN / LA COYUNTURA/ Vladimir Galeana Quizás es hora de aceptar que los periodistas somos una plaga, pero también de señalar que existen casos en los que el sentido común deja de funcionar y nos adentramos en los laberintos de las explicaciones, pero que a los simples mortales nos muestran y demuestran que los caminos de la […]
OPINIÓN / LA COYUNTURA/ Vladimir Galeana
Quizás es hora de aceptar que los periodistas somos una plaga, pero también de señalar que existen casos en los que el sentido común deja de funcionar y nos adentramos en los laberintos de las explicaciones, pero que a los simples mortales nos muestran y demuestran que los caminos de la corrupción son variados y diversos, cuando de justificar riquezas mal habidas se trata.
Porque no podemos negar que cuando hablamos de riquezas mal habidas es que no entendemos cómo fueron adquiridas porque no existe una explicación lógica y coherente que lo haga comprensible, porque no se tienen las evidencias de la legalidad de los actos puestos en entredicho. Alejandra Barrales, líder del Partido de la Revolución Democrática intentó olvidar un bien del que ahora tendrá que dar explicaciones coherentes.
El problema es que nadie en su sano juicio deja por olvido fuera de una declaración un hecho del cual sentirse orgulloso, como es el caso de un bien inmueble adquirido de manera legal. Enredarse con la versión de que el departamento en Miami se paga sólo a través de los aprovechamientos de su alquiler, es algo que no le cree ni el mejor financiero del mundo. Dar la instrucción para que sea inserto en sus declaraciones una vez que estalló el escándalo, no es más que un burdo recurso para darse baños de pureza fingiendo un lamentable olvido.
Lo que no ha dicho la señora Barrales es que existen otros bienes que tampoco ha declarado y cuentas que demuestran que ha sido una persona ahorrativa y exitosa en el mundo de los negocios. Quizá por ello tomó la decisión de regresar a su escaño en el Senado de la República, para desde ahí intentar desviar la atención de su inusitada forma de enriquecerse desde que dejó de ser una simple aeromoza. Lo del avión que compró y le regaló a quien fuera su esposo es asunto aparte y no cuenta en su peculio personal.
Claro que no es pecado enriquecerse, y mucho menos intentar esconder los bienes en tiempos en que la delincuencia está por encima de nuestros gobernantes.
Tampoco es pecado que los simples mortales nos demos cuenta de que alguien ha sido exitoso en los negocios, o haya tenido un golpe de suerte o de fortuna que le permitió acumular riqueza.
Dejar de incluir en una declaración un departamento de un millón de dólares, es decir cerca de veinte millones de pesos, no es un olvido, sino un acto de cinismo.
Quizá es que en ese lujoso departamento en Miami fueron destinados esos millones de pesos que se esfumaron en el programa de becas del Gobierno del Distrito Federal cuando Marcelo Ebrard lo encabezaba. Ni Marcelo ni Mario Delgado rinden cuentas por el alza en el precio de la Línea 12, ni Alejandra Barrales por la riqueza inusitada.
¿Por eso regreso al fuero? Es pregunta. Al tiempo.