Entre carisma y eficiencia
COLUMNA/ LA COYUNTURA/ Vladimir Galeana Los políticos de todos los partidos, y aún aquellos que se asumen como independientes o sin militancia, tienen peculiaridades que los hacen distintos a los demás. Intentar ser un político profesional no es cualquier cosa, por eso de los miles y miles que se dedican a ello pocos llegan […]
COLUMNA/ LA COYUNTURA/ Vladimir Galeana
Los políticos de todos los partidos, y aún aquellos que se asumen como independientes o sin militancia, tienen peculiaridades que los hacen distintos a los demás.
Intentar ser un político profesional no es cualquier cosa, por eso de los miles y miles que se dedican a ello pocos llegan al cenit o a tener un mediano éxito. Convertirse en un profesional de la política requiere mucha preparación y el cuidado de diversos aspectos que tienen que ver con el trato y lo que se proyecta ante los demás.
Hay quienes piensan que con ser delgados, guapos, con un cuerpo atlético, y una mediana preparación ya es suficiente para triunfar en el campo de lo político.
Por eso los resultados tan desastrosos que tenemos y seguiremos teniendo en función de que sigamos eligiendo a hombres y mujeres con cierto carisma que pudieran convertirse a la larga en parásitos de la política. Muchos existen por ahí, e incluso algunos han presidido el Senado de la República.
Los aspirantes a políticos debieran entender que el ejercicio público se vuelve paradigmático en la mayor parte de las ocasiones, porque al cabo del tiempo se convierten en ejemplo a seguir o en la fuerte referencia de las condiciones que deben adquirir quienes piensen dedicarse a una carrera pública. Hay políticos que superan lo paradigmático y se convierten en referentes a seguir, como es el caso de Manlio Fabio Beltrones, Juan Ramón de la Fuente, el español Felipe González, y hasta el propio Diego Fernández de Cevallos.
La primera premisa de alguien que se precie de ser un político profesional es responder a una exigencia social, porque en los tiempos que vivimos un político sin causas es lo mismo que un jarrón vacío. Pero también es preciso apuntar que el ejercicio político es un acto eminentemente comunicativo. Y no tan sólo se utiliza la comunicación verbal, porque ahora acostumbramos comunicar no sólo con el uso de la palabra, lo que ha sido clásico en la política, sino mediante otro contexto de lenguaje que desarrollamos a través de las habilidades comunicacionales.
Para decirlo claro y preciso, lo que no se comunica no existe. Y para ser un buen comunicador se requieren condiciones especiales de eficiencia que se van fomentando de acuerdo con los momentos, con la experiencia y con las capacidades. Hacer política implica convertirse en un especialista en procesos de comunicación, porque no basta una buena expresión oral, que en ocasiones resulta fundamental, pero también es importante lo que la gente observa en el actor político.
La comunicación es un proceso mediante el cual se transmiten información, ideas o actitudes, con la intención de lograr una identidad en el emisor y el receptor. El hombre y la mujer públicos comunican todo el tiempo, y debieran estar conscientes de ello, porque en el manejo de la imagen pública, también proceso de comunicación, un desliz puede convertirse en un desastre. Un político sin especialización en procesos de comunicación está condenado al fracaso.
BPG