La vida y la inmensa obra de Albert Camus
Brillante, esforzado, sin dinero, logró convertirse en un autor insoslayable del siglo XX. Su batalla intelectual con Sartre no tuvo armisticio posible: se enfrentaron el rígido dogmatismo político contra el absurdo de la existencia.
Nació como Albert Camus Sintes. Familia de colonos franceses (pieds- noirs, el despectivo pies negros creado por la Francia colonial. Padres: Lucien Camus y Catalina Elena Sintes. Míseros agricultores.
Al estallar la Primera Guerra Mundial, su padre es reclutado, herido en la batalla del Marne, y muere en el hospital de Saint-Brieuc el 17 de octubre de 1914.
Albert no ha cumplido un año. Crece en uno de los barrios más pobres de Argel, sin libros ni revistas. Recién llegan a sus manos los primeros libros a través de una beca para hijos de los muertos en guerra.
Intenta dar clases, pero lo rechazan a causa de su tuberculosis, ya muy avanzada. Se refugia en el periodismo. En 1934 se casa con Simone Hié.
Rápida separación por mutuas infidelidades. Hié es la primera puerta de sus diez mujeres entre ese año y 1960. Entre ellas, la gran actriz María Casares. Con Francine, segunda de la lista, tiene a sus hijos Catherine y Jean.
Su segunda novela monumento, La peste (1947) es una inquietante advertencia, una metáfora del Mal encubierta por la historia de una epidemia mortal en Orán, y también de la fraternidad humana… “porque el bacilo de la peste no muere ni desaparece nunca (…) y que quizá llegue un día en que, para desdicha y enseñanza de los hombres, la peste despierte a sus ratas y las envíe a morir a una ciudad dichosa”.
Albert Camus, premio Nobel de Literatura 1957, dejó, más que una obra, un colosal legado en cantidad y contenido. Cantidad casi imposible para una vida arrancada demasiado pronto: el 4 de enero de 1960, a sus 46 años, al volante del auto Facel-Vega prestado por el editor Michel Gallimard, se estrelló contra un árbol.
La dijo en Estocolmo, en una conferencia de prensa, el mismo día en que recibió el premio Nobel. Y más adelante arriesga una breve definición, tal vez la más exacta sobre ese hombre genial e insoslayable: “Camus es un tipo especial, un ejemplar único, un animal sin especie”.
No hay escritor sin influencias. En Camus, dos fueron clave: Nietszche y André Gide, de quien dijo: “Leyéndolo entendí qué era la literatura”.
Pero fue el mismo Bernard-Henry Lévy el que acertó a la hora de hablar de los “ismos”. Comunismo y etcétera.
Dijo, simplemente:
Camús creó el camusismo, y fue el primer camusiano.
Hace 58 años que no está en este mundo que juzgó irracional, absurdo, indiferente. Pero lejos de suicidarse, luchó, pensó y escribió hasta lo imposible: darle un sentido.
Nunca es tarde para volver a su pluma.
(Post scriptum. Detesto las preguntas reduccionistas: ¿mar o montaña? ¿Europa o América? ¿Noche o día? Y en especial, la peor: ¿Cuál es su libro preferido? La peor, porque obliga a una simplificación de algo tan complejo como sagrado. ¿Cómo contestar en un segundo un nombre, sin caer en la injusticia primero, y en el arrepentimiento después, al omitir tantos libros y escritores amados? Sin embargo, si la situación, por equis razones (cortesía, amistad, piedad ante la simpleza del enigma) me impone un nombre, diré El extranjero… y secretamente les pediré perdón a todos mis otros dioses”.