Huelga mundial para frenar el cambio climático
Mientras cientos de miles de personas en todo el mundo se movilizan para pedir por la concientización de las autoridades políticas, Argentina parece moverse en un plano alternativo.
La Huelga Mundial contra el Cambio Climático resuena en casi todo el planeta. Sobre todo, en ciudades de Europa, los Estados Unidos y hasta en varios de Oriente Medio. En América Latina hay un silencio que ensordece. Y en Argentina, país que tiene una manifestación convocada recién para dentro de una semana, el 27 de septiembre, la inacción respecto de la crisis climática que afecta a todo el planeta es una señal preocupante.
En medio de un desempleo de dos dígitos, con un índice de pobreza que este año supera el 34%, es comprensible que muchos se pregunten que por qué tanto escándalo en torno a “eso” que llaman calentamiento global. Pero lo que es necesario hacer carne es que “eso” que llaman calentamiento global empeora todos y cada uno de los índices que nos atormentan.
Los estudios científicos llevados a cabo por miles de investigadores en todo el planeta, reunidos bajo el paraguas del IPCC (Panel Intergubernamental para el Cambio Climático, de las Naciones Unidas) muestran cómo la temperatura media terrestre ha venido aumentando de manera constante durante los dos últimos siglos, con una fuerte disparada a partir de la Segunda Guerra Mundial, acentuada desde la década del ‘70.
Así es como los 20 años más calurosos de la historia desde que la temperatura global comenzó a ser medida, se registraron en los últimos 23 años. Los registros de 2015 a 2019 ocupan los primeros lugares. En promedio, la Tierra es un grado centígrado más caliente que antes de que estallara la Era de la Industrialización. De acuerdo con los expertos, si esta tendencia continúa, la temperatura planetaria aumentará entre 3℃ y 5℃ para el año 2100.
Es por eso que la meta está puesta en algo muy modesto: ya no se trata de intentar retrotraer el calentamiento provocado, sino de no empeorarlo porque, de suceder esto último, las consecuencias se traducirán en catástrofes por doquier. El nivel de los mares aumentará, los hielos de los polos seguirán derritiéndose, las sequías y las inundaciones serán cada vez más pronunciadas. Apenas algunas de las consecuencias de lo que puede llegar a suceder si no logra ralentizarse el calentamiento hasta un nivel, advierten los estudios, que no sobrepase el 1,5 grado centígrado, comparando las temperaturas con las existentes en la era preindustrial.
Porque crisis climática y calentamiento global tienen que ver con todo, con todo eso que está afectando a la Argentina y buena parte del mundo: con menos capacidad para producir alimentos, con más hambre, con más desempleo, con más enfermedades, con peores condiciones de vida para mujeres y niños, con más catástrofes. Con más muertes.
En Europa y en los Estados Unidos, en Oceanía, en parte de Asia, lo tienen muy claro. Y por eso las huelgas masivas de hoy con movilizaciones en ciudades como Nueva York, Londres, Berlín, Dublin, Oslo, Belfast, Tokio, Paris, Sidney, Melbourne, por mencionar apenas algunas en las que, inclusive, los gobiernos han declarado asueto para que los estudiantes secundarios puedan asistir y manifestarse.
Para muchos puede sonar snob que Greta Thunderg, la joven sueca de 16 años que comenzó hace un año y tres meses con estas huelgas, se haya movilizado desde el suroeste de Inglaterra hacia la Estatua de la Libertad en una barco a vela, libre de emisiones de dióxido de carbono, el gas que está encapsulando a la atmósfera y la convierte en una freidora. Pero para poder comprenderla a ella, a Greta, habría que entender cómo es su cultura, cómo países como Suecia, Noruega, Dinamarca, Finlandia, Islandia, vienen en silencio reconvirtiendo sus necesidades energéticas para consumir cada vez menos combustibles fósiles.
Lo de Greta en el barco de la Fundación Príncipe Alberto II de Mónaco es un símbolo. Un gesto. En un mundo y en una cultura globalizada en los que los símbolos a veces pueden más que los datos más duros y contundentes, que ella, sus trenzas y su síndrome de Asperger hayan atravesado el océano Atlántico para estar presente en la Cumbre sobre Cambio Climático que comienza por estos días, es más que palabras y promesas. Es poner el cuerpo.
Los argentinos nos sentimos lejos de esto, aún cuando vivimos en un país en el que la deforestación se come nuestros montes a ritmo desaforado en nombre de la soja, las ciudades que hasta hace dos décadas eran templadas se convierten en subtropicales, los mosquitos transmisores de dengue, fiebre amarilla y zika llegan cada vez más al sur del territorio, las inundaciones asuelan el norte y el noreste cada vez con más frecuencia, las sequías asoman más seguido.
Dice un paper científico publicado hoy en la prestigiosa revista Science, firmado entre otros expertos mundiales por la argentina Inés Camilloni, profesora de la Universidad de Buenos Aires e investigadora en el Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera dependiente de la UBA y el CONICET, que contener la temperatura del planeta en no más de 1,5 grado extra es una buena inversión.
“El cambio climático será la mayor amenaza para la humanidad y los ecosistemas globales en los próximos años, y existe una necesidad apremiante de comprender y comunicar los impactos del calentamiento, desde las perspectivas de las ciencias naturales y sociales. Los estudios proporcionan evidencia de los impactos del calentamiento a 1 °, 1,5 ° y 2 ° C, y más, para el sistema físico, los ecosistemas, la agricultura y los medios de vida humanos. Los beneficios de limitar el cambio climático a no más de 1.5 ° C por encima de los niveles preindustriales superarían los costos”, afirma el paper.
Sería interesante (sería fundamental) que los candidatos a la presidencia de la Argentina, sus equipos técnicos, sus expertos, pudieran y supieran tomar este tema con la seriedad que merece. Y con la urgencia que exige. Hasta el momento, poco y nada se ha hablado de la crisis climática a lo largo de la campaña. La Argentina parece levitar en otro plano, como si pudiera mantenerse al margen de lo que sucede en este mundo, en el que vive y del que depende.
El calentamiento global no tiene fronteras. La crisis climática no pide permiso.