A 90 años del nacimiento de Neil Armstrong, primer ser humano en pisar la Luna
Una noche, cuando era adolescente, Neil Alden Armstrong fue en compañía de algunos compañeros boy scouts al observatorio astronómico que un vecino había construido en la cochera de su casa, en Wakaponeta, Ohio, Estados Unidos, ciudad donde el famoso astronauta nació el 5 de agosto de 1930.
En esa ocasión, a través de un telescopio reflector de 200 milímetros que, debido a un ingenioso mecanismo ideado con las ruedas de un patín, podía girar 360 grados en la rotonda abovedada, Armstrong observó con embeleso los planetas, las estrellas pero, sobre todo, la Luna, la cual, por efecto de la magnífica lente, parecía estar no a 384 mil 400 kilómetros de la Tierra, sino tan sólo a unos cuantos metros de distancia, casi al alcance de la mano.
Sin embargo, en aquel tiempo, Armstrong no fantaseaba con la idea de ir a la Luna, ni mucho menos; a él lo que le encantaba desde niño eran los aviones, tanto que a los 15 años ahorró lo que ganaba en un trabajo eventual para pagarse unas clases de vuelo y a los 16 obtuvo su licencia de piloto, antes incluso que la de manejo.
En 1947, Armstrong se inscribió en la Universidad Purdue para estudiar ingeniería aeronáutica y dos años después comenzó su servicio militar en la Armada estadounidense.
Participó en la Guerra de Corea y sufrió un percance: a mitad de un bombardeo tuvo que saltar en paracaídas luego de que su avión fue severamente dañado por un cable antiaéreo tendido entre dos colinas; por fortuna, un compañero lo rescató ileso.
En 1954 entró a trabajar en el Comité Consultivo Nacional de Aeronáutica (NACA, por sus siglas en inglés), la agencia antecesora de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio (NASA), y pronto se convirtió en piloto de pruebas de la Estación de Vuelos de Alta Velocidad de la NACA en California.
Ya como miembro del selecto grupo de astronautas de la NASA viajó por primera vez al espacio el 16 de marzo de 1966, junto con David Scott, a bordo de la nave Gemini 8.
Y llegó el 16 de julio de 1969. Armstrong, quien había sido designado el comandante del Apolo 11, y sus compañeros Michael Collins (piloto del módulo de mando y servicio Columbia) y Edwin Aldrin (piloto del módulo lunar Eagle), subieron en un elevador hasta lo alto de la plataforma de lanzamiento 39A de Cabo Kennedy (hoy Cabo Cañaveral), Florida, e ingresaron en el Columbia.
Una hora y media después, los propulsores del Saturno V se encendieron y el gigantesco cohete ascendió hacia el cielo bajo la mirada perpleja del millón de personas que se había congregado en los alrededores del lugar para presenciar aquel despegue histórico.
Durante cuatro días, el mundo entero estuvo en vilo, aguardando con ansias que el Eagle empezara a descender hacia el suelo lunar, y cuando se hallaba a 30 metros de altura de éste, Aldrin informó que contaban con una cantidad escasa de combustible. Pero, gracias a la sangre fría y la pericia de Armstrong, el Eagle se posó suavemente, sin problemas, en el mar de la Tranquilidad.
Una hora más tarde de lo previsto, no sin dificultades, Armstrong abrió la escotilla, salió del Eagle, bajó de espaldas la escalerilla y, con un movimiento pausado, posó la bota izquierda sobre la superficie de la Luna. Entonces, con voz emocionada pero serena pronunció las palabras que lo inmortalizarían: “Éste es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad.”
A partir de ese momento se inició la leyenda Armstrong.
Con todo, a su regreso a la Tierra no sucumbió a las trampas de la fama. Su carácter modesto y reservado le permitió mantenerse a una prudente distancia de la atención pública y de los medios de comunicación.
En los años siguientes se desempeñó como profesor en el Departamento de Ingeniería Aeroespacial de la Universidad de Cincinnati; también fue miembro de la comisión instituida por el presidente Ronald Reagan para diseñar la agenda espacial de Estados Unidos con miras al siglo XXI, formó parte de la Comisión Presidencial sobre el Accidente del Transbordador Espacial Challenger e integró las juntas directivas de diversas empresas, entre otras actividades.
A consecuencia de una complicación derivada de una cirugía cardiaca, Armstrong murió el 25 de agosto de 2012, a los 82 años, en Cincinnati. Sus cenizas fueron arrojadas al océano Atlántico, frente a Jacksonville, Florida, durante una ceremonia realizada a bordo del crucero USS Philipine Sea el 12 de septiembre de ese mismo año.
Varios años antes de su fallecimiento, un cráter localizado a 50 kilómetros al noreste del sitio de alunizaje del Apolo 11, en la zona sur del mar de la Tranquilidad, fue llamado Neil por la Unión Astronómica Internacional (Collins y Aldrin también tienen su propios cráteres; los tres forman una pequeña hilera ubicada a corta distancia del cráter Moltke, pero el de Armstrong es el más grande).
Asimismo, un asteroide descubierto en 1982 por el astrónomo checo Antonín Mrkos en las profundidades del Cinturón de Asteroides lleva el nombre 6469 Armstrong en su honor.
Con información de GACETA UNAM.