A 199 años de la firma del Tratado o los Tratados de Córdoba
Siguieron a este acto, la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Capital y la firma del acta de Independencia por Agustín de Iturbide y Juan O´Donojú.
Este 24 de agosto se cumplen 199 años de la firma del Tratado o los Tratados de Córdoba, mediante los cuales queda sellada la independencia de la Nueva España. Siguieron a este acto, la entrada triunfal del Ejército Trigarante a la Capital y la firma del acta de Independencia por Agustín de Iturbide y Juan O´Donojú.
Sabemos quiénes eran los firmantes y qué potestades tenían para hacerlo, pero ¿cómo eran y cómo había sido y fue después su vida? He aquí algunos datos biográficos de ellos.
Juan de O´Donojú
Juan José Rafael Teodomiro O´Donojú y O´Ryan, considerado último virrey de la Nueva España, que nunca llegó a ejercer como tal, nació en Sevilla España, el 30 de julio de 1762, de origen irlandés por los 4 costados, su familia llegó a España huyendo de las persecuciones contra los católicos en su país, quedó huérfano a los 8 años, buen estudiante que desde muy joven mostró aptitudes militares. Ingresó al ejército español a los 20 años, llegó a ser Teniente General del Ejército y Ministro de Guerra y Marina, liberal, defensor siempre de sus ideales, peleó contra la invasión francesa y en esos avatares estuvo preso por 4 años en el Castillo de San Carlos en Mallorca, donde fue sometido a crudelísimos castigos como el de los “perrillos”, que consistía en romperle todos los huesos de las manos y los que dejaron su cuerpo marcado y los dedos deformados. Gracias a sus méritos llegó a ser jefe político de Sevilla y Capitán general de Andalucía. El 25 de enero de 1821, fue designado, por la presión ejercida por las Cortes sobre el rey Fernando VII, Capitán General y Jefe Político Superior de la Nueva España y sucesor del depuesto virrey Juan Ruiz de Apodaca. En mayo se embarca en la fragata Asia, rumbo a Veracruz y llega el 30 de julio y como negro presagio ese día tiembla la tierra y se eslabona para él toda una cadena de desgracias, mueren casi enseguida de vómito negro, dos sobrinos que le acompañaban, 7 de sus oficiales y 100 soldados de la tropa.
El 23 de agosto llega a Córdoba donde es muy bien acogido y al día siguiente se reúne con Iturbide, negocian los Tratados y los firman. Viaja el día 26 con su esposa Josefa Sánchez Barriga y Blanco a la capital y es recibido con las consideraciones de virrey y respetuosa gratitud del pueblo que sabía de su actuación.
Presenció la entrada del Ejército Trigarante desde el balcón del Palacio Virreinal, hoy Palacio Nacional el 27 de septiembre, firmó el Acta de Independencia y aceptó estar en la junta de gobierno provisional que nombró Iturbide, pero a los pocos días, el 8 de octubre, murió extrañamente de una pleuresía a los 59 años y fue enterrado con la pompa y circunstancia de virrey en la Catedral Metropolitana. Dejó viuda y sola a su esposa, pues los 2 hijos que habían procreado habían muerto jóvenes en España, así la junta Gubernativa Provisional le asignó a Josefa, una pensión de mil pesos mensuales, para vivir decorosamente, que una sola vez le fueron entregados y vivió muy pobremente, murió 21 años después en la total indigencia.
Agustín de Iturbide
El 27 de septiembre de 1783, en Valladolid, hoy Morelia, entraba doña Josefa Arámburu y Carrillo en su cuarto día en trabajo de parto, familia y comadronas, angustiadas decían que sólo un milagro podría salvar a la madre y al niño, con su último aliento pidió Josefa que le trajeran la capa de san Diego Basalenque que guardaban en el convento de los agustinos; apenas rozó esta reliquia a la parturienta, el niño nació fuerte y sano, y la madre se recuperó a ojos vistas por lo que decidió llamar a la criatura Agustín, pero también Cosme Damián de apellidos Iturbide y Arregui como su padre, Arámburu Carrillo y Villaseñor, como ella, originarios, él y los padres de ella de Navarra, España. Agustín creció como un niño fuerte y espabilado; muy joven entra al seminario, que no era lo suyo y en el que no pasa mucho tiempo, se alista entonces en calidad de alférez honorario al regimiento provincial de Valladolid. Era gallardo, arrogante y guapo, tenía fama de ser el mejor jinete en el mejor caballo, pues siempre los suyos eran de excelente raza y estampa, ejecutaba las mayores proezas de charrería o rejoneo y burlaba a los toros en las plazas o bailaba ligero, siempre de impecable uniforme, era un agasajo para las jóvenes damas y las no tan jóvenes, muchas de las cuales se le rendían. A los 22 años se casó con la pobrecita de Ana Ma. Huarte, quien aportó riquísima dote al matrimonio y a la que dejaba sola por largos períodos por sus encomiendas militares, pero eso sí, cada vez que regresaba, le dejaba un fruto de su amor, diez hijos tuvieron. Por la rama materna Villaseñor, era pariente del cura Hidalgo quien le propuso unirse a la lucha armada, lo que declinó según diría más tarde, “porque aquella revolución estaba mal concebida, y no podía producir más que desorden sangre y destrucción”, razón tenía; siguió luchando en las filas realistas donde se distinguió por sus triunfos en las batallas, hasta que su genio militar y su ambición le hicieron ver las que las circunstancias eran las propicias y él podría ser el artífice de la independencia, por ello pactó con Vicente Guerrero, se dan el supuesto y ahora controvertido abrazo de Acatempan y firman el Plan de Iguala; al saber de la llegada del nuevo Jefe de la Nueva España, y recibir dos carta suyas, desde Puebla acuerda encontrarse con él en la Villa de Córdoba. Pactan y firman los Tratados, él empieza gran actividad epistolar, ¡le encantaba escribir cartas! comunicando a los dos bandos el fin de la guerra. Hace su entrada triunfal a la capital el 27 de septiembre y junto a O´Donojú, firma al día siguiente el Acta de Independencia. Al no aceptar ningún noble europeo la corona del “Imperio Mexicano”, Iturbide es nombrado emperador, al poco tiempo abdica, sale al destierro en Europa y al regresar es fusilado arteramente en Padilla Tamps. De este pícaro y brillante personaje hay mucho más qué contar, solo terminaré diciendo que su fusilamiento fue un acto de verdadera traición y bajeza por parte del Congreso: a la hora de morir él solo se vendó los ojos, repartió sus monedas de oro entre sus verdugos y entregó su reloj y su rosario y una carta para que fueran entregados a su viuda.