Ibargüengoitia: El cronista vivo
A 90 años de su nacimiento, México celebra la vida y obra del ingeniero favorito de las letras. Un escritor imprescindible para entender la idiosincrasia del país que dio voz a una población llena de tradición, política y costumbres
“Yo creo que he sido un escritor cómico, pero no soy burlón. La burla supone algo de odio o de crueldad, o de desprecio. Generalmente trato de escribir sobre algo que me produce cierta simpatía”.
Así se describía Jorge Ibargüengoitia. Irreverente, antisolemne, de humor inteligente y sobre todo, sarcástico. Por que el sarcasmo lleva algo de genialidad y el dramaturgo, escritor y periodista sin duda era un genio.
Ibargüengoitia nació el 22 de enero de 1928, en Guanajuato, México. Casi Ingeniero de profesión, pues abandonó la carrera justo dos años antes de terminar para dedicarse a escribir.
“Escribí mi primera obra literaria cuando tenía seis años, la segunda cuando tenía veintitrés. Las dos se han perdido”, relata el escrito en el texto Jorge Ibargüengoitia dice de sí mismo.
Después de desertar de la ingeniería, comenzó a estudiar en la Facultad de Filosofía y Letras en la UNAM, donde coincidió con uno de los mentores más importantes de su vida, el dramaturgo Rodolfo Usigli.
Adentrado en el teatro y con el apoyo de Usigli, Ibargüengoitia escribió su primera obra Susana y los jóvenes, en 1954, la cual fue puesta en escena ese año por la Unión Nacional de Autores.
“Durante un tiempo, hace años, fui crítico de teatro. Mis crónicas tuvieron un éxito modesto. Con ellas logré lo que nunca pude lograr con mis obras de teatro; es decir, que alguien las leyera”
Posteriormente vinieron a la carrera del dramaturgo éxitos como Cleotilde en su casa, de 1955; La lucha con el ángel, de 1955 -obra que obtuvo una mención en el Concurso de Teatro Latinoamericano de Buenos Aires-; Llegó Margó, de 1956; Ante varias esfinges, de 1956; Pájaro en mano, de 1959, y El atentado, de 1963; entre otras.
Las crónicas
Tras su muerte el 26 de noviembre de 1983, en un accidente aéreo en Madrid, se realizaron compilados de sus crónicas
>>Instrucciones para vivir en México
1990
>>La Casa de usted y otros viajes
1991
>>¿Olvida usted su equipaje?
1997
Adiós al teatro
El amor por la escritura dramática terminó para el escritor guanajuatense con su última obra para teatro El atentado.
Con esa puesta en escena, Ibargüengoitia sufrió la censura de las autoridades mexicanas por tratar un tema tan delicado como el asesinato del expresidente Álvaro Obregón, sin embargo, fue gracias a ella que obtuvo el Premio Casa de las Américas en 1963.
Tras 10 años de censura, la obra que le cerrara las puertas del teatro mexicano vio la luz en el escenario.
“El atentado me dejó dos beneficios: me cerró las puertas del teatro y me abrió las de la novela”, declaró alguna vez el escritor.
Después de la censura de su obra y del desconocimiento de su profesor Roberto Usigli como uno de los alumnos más prometedores, en 1965 llegó la primera de sus seis obras literarias Los relámpagos de agosto. La novela, le valió el Premio Casa de las Américas.
Acompañado de sus primer premio, llegó el matrimonio con Joy Laville.
“En 1965 conocí a Joy Laville, una pintora inglesa radicada en México, nos hicimos amigos y después nos casamos y actualmente vivimos en París”, relató el escritor.
Las historias le siguieron. Maten al León, 1969; Estas ruinas que ves, 1975; Las muertas, 1977; Dos crímenes, 1979; y Los conspiradores, 1981. Ibargüengoitia se ganaba el título de escritor irreverente y antisolemne que criticaba con sarcasmo los tropiezos de la clase política mexicana.
El periodismo, su otra pasión
De dramaturgo a novelista, Jorge Ibargüengoitia decidió incursionar en el periodismo después de un incidente en su carrera como crítico voraz de teatro.
En la columna En primera persona -que escribía para el periódico Excélsior, bajo la dirección de Julio Scherer- Ibargüengoitia decidió contar sobre situaciones cotidianas: la vida del zapatero, el transcurso de su viaje en tranvía, entre otros momentos sencillos que para él, le daban sentido a la vida.
“De 1968 a 1976, durante 8 años, Jorge Ibargüengoitia colaboró en el periódico Excélsior dirigido por Julio Scherer (…) Al colaborar dos veces por semana en el periódico Excélsior, Ibargüengoitia renovó el arte de la crónica.
“Otra imagen vana que me gusta conjurar, es el señor presidente, por la mañana, antes de probar el jugo de naranja, preguntando: ‘¿Qué dijo hoy Ibargüengoitia?’”
“Él decía que tenía el mejor trabajo de México porque escribía sus dos crónicas el lunes (…), y para medio día, ya había acabado el trabajo de la semana”, relató el también escritor Juan Villoro, durante la conferencia Novelas Mexicanas, en el Colegio Nacional de México en junio del 2016.
‘No me voy ni arrepentido…’
En 1964, Jorge Ibargüengoitia publicó en la Revista de la Universidad de México una crítica a la obra del casi intocable Alfonso Reyes.
El título de la crítica enmarca al Ibargüengoitia más irreverente: El Landrú degeneradón de Alfonso Reyes.
Y por si no quedara clara la “ofensa” a la intelectualidad del poeta y ensayista regiomontano, el escritor comienza su texto asegurando que la obra bien “podría llamarse ‘Cómo matar de tedio en ocho páginas’, escrita por un señor (Alfonso Reyes).
Irreverente, de humor inteligente y sobre todo, sarcástico. Por que el sarcasmo lleva algo de genialidad y el dramaturgo, escritor y periodista sin duda era un genio
“Mientras el público bosteza, un buen actor, con barba, calva y voz formidable, va matando toda una serie de jamonas —incluyendo a Michele Morgan y Danielle Darrieux— para mantener precariamente una familia que no vale la pena y que hubiera sido más sencillo abandonar o meter en el horno de una buena vez y dejarse de cosas”, refirió Ibargüengoitia en su provocadora critica.
Este artículo fue el detonante para que el entonces novel escritor Carlos Monsiváis le reclamara su intento por “demoler la validez literaria de dos textos de don Alfonso Reyes”.
El artículo de “Monsi”, lejos de enardecer a Ibargüengoitia le mereció una respuesta histórica que fue, además, su último artículo en la Revista de la Universidad de México.
“Quien creyó que todo lo que dije fue en serio, es un cándido, y quien creyó que todo fue broma, es un imbécil.
“No me voy ni arrepentido, ni cesante, ni, mucho menos, a leer las obras completas de Alfonso Reyes (…) Los artículos que escribí, buenos o malos, son los únicos que puedo escribir. Si son ingeniosos (Monsiváis, loc. cit.) es porque tengo ingenio, si son arbitrarios es porque soy arbitrario, y si son humorísticos es porque así veo las cosas, que esto no es virtud, ni defecto, sino peculiaridad. Ni modo”, escribió Ibargüengoitia y entonces se alejó del teatro para concentrarse en la narrativa.
Ese mismo año, comenzó con la novela Los relámpagos de agosto.
“Yo paso los días en París y las noches en México. Si los sueños tuvieran acotaciones como obra de teatro, los malos dirían: ‘La acción se desarrolla a veces en la ciudad y otras en la provincia, pero siempre en México’”