Así eran las ofrendas a la muerte en el México prehispánico
Los altares de difuntos y cómo festejamos actualmente el Día de muertos conforman una tradición que llega después de la Colonia, aunque sus raíces se remontan al México prehispánico. Aquí te contamos su historia
Los mexicanos hemos tenido siempre una relación cercana con la muerte. Nuestros ancestros usaban el sacrificio como ofrenda, tenían un cielo para cada tipo de fallecimiento y diferentes rituales con el fin de traerlos a la tierra cada que había una ocasión especial que lo ameritara.
Para que te des una idea de lo apegadas que están las tradiciones del México prehispánico a la muerte, el calendario mexica estaba formado por 18 meses, durante los cuales se hacían mínimo seis festejos o rituales dedicados a los que se han ido.
Y si bien esos restos de cultura ancestral se ven reflejados en los altares que se adornan con cempasúchil durante el Día de Muertos, en la Conquista los españoles moldearon a su conveniencia las tradiciones prehispánicas, incluyendo las relacionadas al culto a la muerte.
En la actualidad, mediante estos altares rendimos luto y recordamos a aquellos que se han ido, mientras que para nuestros ancestros iba más allá de apaciguar el duelo de los que quedamos en la tierra; era más un ritual en el que brindaban el apoyo necesario a los difuntos con el propósito de que llegaran a su nuevo destino, a ese plano desconocido perdido entre el espacio-tiempo en el que ahora tendrían otra oportunidad de ser.
Este espacio-tiempo que se rige bajo los cuatro puntos cardinales y es la base de muchos calendarios del México prehispánico sirvió también para definir las dimensiones a las que van los muertos.
Los lugares de la muerte
Quienes morían de enfermedad iban al Mictlán: el lugar de los muertos. Un espacio custodiado por una serpiente, dos montañas como parte del paisaje y siete retos que el difunto tenía que superar con la ayuda de un perro ante los ojos de Quetzalcóatl.
Los españoles tomaron como referencia el recorrido de este plano ancestral para conjugar la religión católica con las celebraciones hacía la muerte durante la Conquista, por eso muchos rituales apegados a este plano de la muerte se ven reflejados en los altares de muerto.
Durante el México prehispánico, el Mictlán se retrataba como el inframundo, un espacio peligroso que implicaba retos para el difunto, pero no una condena perpetua. Sin embargo conforme las creencias Europeas fueron migrando, el Mictlán se convirtió en sinónimo del infierno, un espacio donde los muertos sufrían eternamente.
La casa de la tierra, custodiada por Tláloc y que fue bautizada Tlalocan por los aztecas, es la dimensión a la que llegaban los que morían ahogados por algún desastre natural o alguna enfermedad que las culturas prehispánicas no lograban entender, como la lepra o la sífilis.
Bautizado como el paraíso terrenal, Tlalocan es lo más parecido al cielo dentro de la religión católica, pues de acuerdo con los mexicas, llegar a esta dimensión era garantía de que serías adorado y cuidado por los dioses.
La casa del sol, conocida como Tonatiuh ichan por nuestros ancestros prehispánicos, era vigilada por Huitzilopochtli; era representada como un lugar en donde no existían las sombras ya que el resplandor de la estrella de fuego acaparaba todo el territorio. Aquí llegaban principalmente los guerreros –aquellos que habían muerto frente al enemigo–, las mujeres que morían dando a luz o los que eran sacrificados como ofrenda a alguno de los dioses.
Sin embargo, a diferencia de los otras dimensiones, el Tonatiuh ichan era un territorio donde los difuntos sólo estaban de paso, un lugar en el que descansaban un rato para luego convertirse en hermosos pájaros sagrados.
Cincalco, el lugar del árbol de los pechos y la última de las dimensiones, era conocida también como la casa del maíz. Este espacio era regido por Huemac, y aquí llegaban los que se suicidaban, niños y bebés que no lograban nacer. Era común que los difuntos bajo estas condiciones fueran enterrados frente a los sembradíos de maíz, que era donde se encontraba su cielo.
Ahora que ya conoces los diferentes planos a los que iban los muertos en nuestras cultura prehispánica, vale la pena que te adentres en los rituales que dieron paso a esta celebración que ya es tema hasta de las películas de Pixar.
Rituales precursores
En el México prehispánico, el Día de Muertos no se celebraba el 2 de noviembre. Es más, para ellos no existía algo tal como el Día de Muertos. Recordaban a sus difuntos de diferentes formas y de acuerdo con sus calendarios mediante rituales que los traían a la tierra.
Muchas ofrendas y elementos tradicionales de los altares de muertos se desprenden de estos rituales, pero lamentablemente el origen de estas referencias se han ido perdiendo conforme esta tradición mexicana se ha globalizado, dejando al altar, el Día de Muertos y la colonización que eso implicó como núcleo de algo que en realidad viene directamente de nuestras raíces indígenas.
La celebración para los difuntos que iban a Mitclán se realizaba una vez al año. Consistía en utilizar una de las prendas del difunto en un ritual en donde se quemaban yerbas, los vivos bebían aguardiente y celebraban las historias que había dejado en la tierra el muertito.
También se sacrificaba un perro, pues este sería el acompañante del difunto en su camino de regreso al inframundo.
Por otro lado, a los que iban a Tlalocan se celebraban cada que la ocasión lo ameritaba y se hacía de una manera un poco más elaborada. Para el ritual se dibujaban dos montes: uno con el rostro del difunto y otro con el de una serpiente, que representaba los retos que el fallecido debía pasar con el fin de descansar. De acuerdo con el pensamiento náhuatl, revivir el retrato de la persona en el monte lo regresaba al espacio terrenal.
Durante el tiempo que duraba el ritual, el difunto permanecía en la tierra y por ello había que ofrecerle comida, bebida y ciertas ofrendas con el propósito de que estuviera contento.
A quienes vivían en la casa del sol después de la muerte –mejor conocida en el México prehispánico como Tonatiuh ichan– se les celebraba diario al amanecer, pues había que reconocerles el trabajo diario de llevar hasta ellos el nuevo día. Para rendirles honores, entonaban cantos sagrados y, en el aniversario de la muerte de cada difunto, rendían una ofrenda de flores.
A los niños que morían y llegaban a Cincalco, la casa del maíz, les hacían dos celebraciones, una pequeña en familia y una mucho más grande en donde la comunidad entera participaba. Durante las celebraciones les brindaban ofrendas a los pequeños, que en su mayoría eran dulces y guirnaldas enormes de flores.
Como lo adelanté al inicio de este texto, hay restos de todos estos rituales en nuestra celebración del día de muertos. Ahora, te toca a ti encontrar las similitudes en el altar de muertos que vas a poner con tu familia este año.